domingo, 24 de octubre de 2010

Negocios Sucios



Es la primera vez y ya han pasado más de quince minutos. Nervioso camino de un lado a otro. Me siento; mis rodillas están inquietas. Ellos dijeron ser puntuales…

- Hola, soy Antonia, me dice sonriente una chica.

Definitivamente algo salió mal, pienso aterrado. Lentes oscuros, chaqueta y jeans. Creí que eso era suficiente para pasar desapercibido. No la miro, no la escucho, no soy yo, no estoy ahí.

- Hola. Insiste con la sonrisa; - ¿Quieres tarjeta de Falabella?

La miro aliviado. Era sólo eso.

- No gracias, ya tengo. Miento.

Su presencia ya me comienza a poner nervioso. Ella no estaba en el plan. Llegarían luego y esta famosa Antonia sólo empeoraría las cosas. Ella sigue ahí, y con otra coqueta sonrisa me dice:

- Entonces, ¿Te gustaría ayudar al Hogar de Cristo?

- ¡Nooo! – Le grito. La pobre se asusta y se va extrañada buscando a otro para convencer.

¡Al fin! Fue sólo un susto, pienso, mientras el sudor empapa mi rostro.

¿Dónde están? ¿Por qué se demoran tanto? ¿Qué habrá pasado? Quizás no ha pasado nada y son sólo gajes del oficio, quizás es paranoia mía. Me pongo los audífonos y la música al máximo volumen para no pensar y esperar…

Un golpe certero en mi nuca me adormece. Otro me despierta. Ya no estoy en la plaza, ya no está la gente, no está la muchacha de las tarjetas. Sólo estoy yo y cuatro paredes.

No entiendo nada ¿Qué pasó? ¿Llegaron? ¿Y dónde mierda estoy? Un golpe en mi estómago acaba con mis preguntas. No logro ver con claridad. Cierro los ojos. La atmósfera está enrarecida. Siento unos pasos acercándose. Logro distinguir una silueta verde que viene hasta mí.

- Párate – grita, y me empuja con violencia.

Sigo sin entender, yo estaba en la plaza y… el dolor puede más que mis preguntas. Me dejo conducir. Los empellones son más fuertes que mi cuerpo. Aturdido aún, camino por pasillos oscuros. Oigo gritos a lo lejos, hasta que el hombre que me acompaña me empuja a un cuarto pequeño. No veo bien. Mi cabeza está abombada. El hombre de verde cierra la puerta tras de sí, dejándome dentro. Algo en mi cabeza hace un clic. Le grito, explico, le suplico, pero no me escucha. Resignado miro hacia el fondo y ahí están ellos, al fin nos encontramos. Desesperado, sólo atino a tomarme la cabeza con las manos.

¿Que pretendías? Esta sensación no la conocías Rodrigo, como eres idiota, cómo pensaste hacer una cosa así, ¿Creíste que todo saldría bien? ¿Eres tan huevón como para pensar que chaqueta y jeans serían suficientes?

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